Buenos días mi Diosito adorado, hoy estoy aquí, únicamente gracias a ti, escribiendo para ti, la carta número 2887.
Pero antes que
nada quiero decirte gracias, POR TU INMENSO AMOR, POR TU DIVINA PRESENCIA
DENTRO DE MI CORAZÓN, POR SER MI PADRE ADORADO Y POR CONCEDERME EL ENORME HONOR
DE SER LLAMADA HIJA TUYA.
Gracias por la
vida, gracias por la salud, gracias por regalarnos la luz de un nuevo día, gracias
por la vida, gracias por la salud, gracias por regalarnos la luz de un nuevo día,
gracias por todo, mi corazón. Gracias, gracias, gracias, mi amor. Te amo con
todas las fuerzas de mi corazón mi adorado padre celestial. Te amo, te amo, te
amo, mi amor.
Y para cumplir
con una de las tantas promesas que te hice, quiero pedirte perdón por todos los
pecados que he cometido hasta hoy.
Y también quiero
suplicarte que, si es esa tu santísima voluntad, además de llenar nuestros corazones
con tu inmenso y puro amor, por favor nos concedas a todos nosotros larga vida
y salud, física, mental y espiritual. Te lo suplico por tu amor y te doy gracias,
mi adorado padre celestial.
Dios de mi
vida, Dios de mi amor, Dios de mi cielo, Dios de mi corazón y de mi alma, hoy
quiero dedicar esta carta para prometerte esto. Te lo prometo por tu inmenso
amor mi adorado padre celestial. Dios de mi vida, en estos días, gracias a ti,
yo estuve recordando que desde que yo era muy pequeña tuve siempre la cobardía
de salir corriendo para ya no aguantar lo que para mí era inaguantable.
Pues en estos días,
a mis 58 años, aún tengo el deseo de salir corriendo para no seguir enfrentándome
a una situación que para mí ya no tiene remedio.
Pero gracias a
ti y solo a ti, apenas hoy he podido entender que mi lucha es contra mí misma,
contra mis inseguridades, contra las cosas que hacen otros que a mí no me gustan
y por las cuales peleo porque no quiero dar mi brazo a torcer.
Hoy, después de
abrir los oídos a tus enseñanzas, he podido reconocer que la que estoy mal soy
yo, porque aún no cumplo con la misión de amor para la que tú me trajiste a
este país.
Y creo, si no
me equivoco, que esa misión no es pelear, porque peleando siempre pierdo, y
siempre pierdo porque no tengo la fuerza necesaria para pelear físicamente, y
no tengo la maldad necesaria para hacer cosas peores de las que hace la persona
que elegiste para que fuera mi esposo. Y es gracias a ti y solo a ti que todavía
me queda la conciencia para entender que de esa manera yo no he ganado sino
vivir de mala manera junto a todo el mundo.
Yo te suplico
que, si es esa tu santísima voluntad, por favor me perdones por reclamar, por
pedir, por pelear por obtener las cosas con discusiones, a sabiendas de que yo
no necesito pelear para tener todo lo que necesito, porque tu mi amadísimo señor
Jesucristo, cada día, todos los días, me das lo que necesito y mucho más. Te
suplico que me perdones por tu inmenso amor y te prometo que, a partir de este
momento, comenzare a trabajar en mi cambio verdadero, por amor a ti. Te lo
prometo por tu inmenso amor mi adorado padre celestial.
Te amo mi Diosito
adorado, gracias por todo lo que me has dado. Hasta mañana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario